Los antiguos romanos admiraban el arte griego. A veces, incitaban a sus artistas a copiar las obras griegas más famosas. De todas formas, los romanos tendían más que los griegos a decorar sus paredes con pinturas murales; y aunque siguen la tradición griega, muestran en sus pinturas un gran colorido y movimiento. Esto les daba un estilo propio.
Los procedimientos usados en sus pinturas solían ser el encausto, el temple y el fresco. Sus géneros, por otro lado, eran el decorativo de vajillas y muros y el histórico y mitológico en los cuadros murales. En el presente, los descubiertos ofrecen más que todo un carácter decorativo. Sin embargo, llegan a ser verdaderas composiciones pictóricas y se juzga con fundamento que hubo también otros de pintura independiente a semejanza de los actuales de tabla o de caballete. Dicho carácter decorativo mural también lo tenían el paisaje, la caricatura, el retrato, los cuadros de costumbres, las imitaciones arquitectónicas y las combinaciones fantásticas de objetos naturales constituyendo con estas últimas el género que los artistas del Renacimiento llamaron grutesco, hallado en las antiguas Termas de Tito y que sirvió al célebre Rafael como fuente de inspiración para decorar las Logias del Palacio Apostólico Vaticano. También se destacó el arte pictórico de la civilización romana en el procedimiento del mosaico, no limitado como hasta entonces, a simples decoraciones de pavimentos sino extendido a cuadros pensiles según lo revelan algunos ejemplares que se guardan en los museos y abrazando en uno y otro caso, asuntos y composiciones históricas. La miniatura sobre pergamino fue otro género que estuvo muy en boga entre los bibliófilos romanos de la época de Augusto, pero de ella no se han descubierto ni se conservan ejemplares anteriores al siglo III de nuestra era.