El renacimiento italiano creó una revolución notable en la pintura, cuya manifestación surge en un período que empezó a finales del siglo XIII y prosperó desde principios del siglo XV hasta finales del siglo XVI en la península Itálica, que en ese tiempo se encontraba dividida en muchas áreas políticas. Los pintores de la Italia Renacentista recorrían Italia comúnmente ocupando un estatus diplomático y difundiendo ideologías artísticas y filosóficas. La ciudad de Florencia en la Toscana se conoce como el lugar de origen del Renacimiento, en especial de la pintura Renacentista. Luego, se se extendería al resto de Italia durante el s. XV y al resto de Europa en el s. XVI.
Se caracteriza principalmente por: Combinar las temáticas cristianas, paganas y profanas; interés (físico e intelectual) por el hombre; la pintura se distribuye alrededor de un eje central, dicho eje central siempre girará alrededor del ser humano; el espacio y la perspectiva son temas de estudio para conseguir la perfección del conjunto; la luz es un aspecto muy interesantes en la pintura renacentista; la composición está perfectamente estructurada y estudiada; utilizan en la composición la razón áurea; se representa de forma realista; cada figura es tratada de forma individual; la ambientación cobra importancia tanto en interiores como en exteriores; estudio de escorzos y desnudos; estudio del movimiento de las figuras en pro del realismo.
La Pintura del Renacimiento Italiano se puede dividir en cuatro períodos: Protorrenacimiento (1300–1400), Renacimiento Temprano (1400–1475), Alto Renacimiento (1475–1525) y Manierismo (1525–1600). El Proto-Renacimiento comenzó con la vida profesional del pintor Giotto e incluye a Taddeo Gaddi, Orcagna y Altichiero. El Renacimiento Temprano estuvo marcado por el trabajo de Masaccio, Fra Angelico, Paolo Uccello, Piero della Francesca y Verrocchio. En el Alto Renacimiento destacan Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Rafael y Tiziano. El período Manierista incluyó a Andrea del Sarto, Pontormo y Tintoretto.
Por último, la etapa final del Cinquecento: el Manierismo, dará paso al Barroco.